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domingo, 14 de junio de 2009

Una gallega protege a los chimpancés en el Congo


La Goodall gallega nació en Vilasánchez, Serantes, estudió veterinaria en la Complutense, vive en África y ya ha cumplido los 32. Se llama Rebeca Atencia y dice que echa de menos "la lluvia de Ferrol", y el "caldo de berzas de la aldea", "y el acento, y las fiestas de Nochebuena" en casa de sus tíos "comiendo marisco y turrón". Añora sobre todo a su familia, y las charlas con sus hermanas "hasta las tres de la madrugada", pero ahora es la directora del santuario para chimpancés de Tchimpounga, en la República Democrática del Congo, y sólo viene una vez al año. De ella dependen para sobrevivir 141 chimpancés, seis mandriles y cuatro monos cercopitecos, y no los piensa dejar solos: "No tengo hijos humanos, pero los chimpancés huérfanos, aquí, son mi familia".

A los ocho años, tras un fuego que arrasó el bosque de Vilasánchez, supo a qué se iba a dedicar cuando fuese mayor. Trabajaba allí un guarda forestal que se llamaba Jaime. "En mitad del incendio, se fue al bosque y salvó muchas crías de animales salvajes. Conocía dónde estaban los nidos y las madrigueras". Luego las crió en su casa, y cuando crecieron las devolvió a la naturaleza, recuerda Atencia. "Quizás no lo hizo de la forma más científica", comenta, "pero a mí aquello me impactó".
Debe de ser que eso de la llamada de la selva es algo que existe de veras. Ahí muy adentro, puede que en el estómago, o un poco más arriba, ella sentía un agujero, algo que le "faltaba", y al terminar la carrera creyó que podría taparlo trabajando en un zoo o en un safari park. Enseguida se dio cuenta de que no. Visitó todos los zoológicos de España, pero nada. "Mi sitio no estaba ahí", dice. "Tenía que buscar más lejos". Y persiguiendo su destino se tropezó con Fernando Turmo, "un apasionado de la evolución humana y la búsqueda de nuestros ancestros". Juntos decidieron dedicar la vida a "salvar el pasado del hombre, salvando al chimpancé en su medio natural". Y tanto convergieron sus vidas que se casaron.
Hace cuatro años empezaron a trabajar los dos para Help Congo, un proyecto de reintroducción de chimpancés en la selva congoleña. Llevaban ocho meses "incomunicados del mundo exterior", conviviendo con sus animales protegidos, pero también con elefantes bastante agresivos y "gorilas macho enfurecidos", cuando se les presentó delante Jane Goodall en Conkouati. La británica sabía que el de ellos era el único proyecto que había conseguido devolver con éxito estos primates a su medio, y les fue a pedir ayuda. Había acumulado 121 chimpancés en Tchimpounga y no les encontraba salida. Turmo y Atencia esperaron a que terminase su contrato y se fueron con ella.
Desde entonces, se han dedicado a acondicionar el santuario y a dar cobijo a los chimpancés enfermos, y sobre todo a aquéllos que han perdido a sus padres. "Cuando el mundo da la espalda a África y la deja sola, todo lo malo viene detrás", explica la ferrolana, "y cuando en la selva se abre una vía de acceso, porque se construye una carretera pública o una ruta para una empresa maderera, el final del equilibrio biológico de esa zona está próximo". "Cada año en el mundo se pierde una superficie como la de Castilla-La Mancha", y en cuanto el hombre consigue acceder a las poblaciones de chimpancés inaugura un nuevo capítulo del comercio de carne de ejemplares adultos y el tráfico de crías vivas. A Turmo, Goodall le encomendó una labor docente: concienciar a los congoleños de lo importante que es para su país preservar la naturaleza. Pero la crisis también ha llegado a Tchimpounga y, últimamente, el equipo ha recortado el gasto en divulgación para poder seguir alimentando y dando un techo de noche a las crías.
Para dar salida a estos animales devolviéndolos a la naturaleza lejos de la caza furtiva, el matrimonio busca selvas e islas vírgenes en los ríos. Necesitan comprar esos terrenos, y a veces les llega alguna ayuda extra, de algún blanco conmovido por el mensaje que difunde Goodall por el planeta, en charlas como la de hace un mes en A Coruña.
Desde que Atencia dirige el santuario, ya ha vivido unos cuantos momentos malos. "Los peores, cuando muere algún chimpancé", cuenta. "El pobre Gregoire, que tenía 67 años, murió estas Navidades. Ahora nos falta un amigo. Fue dramático ver cómo su compañera de instalación lloraba desconsolada cuando retiramos el cuerpo. Sus gritos eran desgarradores, ¡y tan humanos!". "Estos animales son tan próximos a nosotros que da escalofrío", sigue la veterinaria. "Siento que son mi responsabilidad, que la llave de su libertad está en mis manos. Sólo tengo que saber usarla".


Fuente:


Texto: Silvia R.

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