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domingo, 29 de agosto de 2010

La aldea de las ostras

Vilankulo es un pequeño pueblo donde las casitas parecen estar esparcidas a modo de semillas frente a la costa. Es el punto de partida para la excursión al Archipiélago de las islas Bazaruto, las preciadas joyas turísticas de Mozambique.


Camino lentamente hacia las afueras de la “ciudad” por esta tierra roja que colma la vista hasta un mar esmeralda. De repente me sorprende una tremenda muralla de conchas de ostra que lo llena todo. Entre ellas, como una aparición, aparece casi escalando Joao. “Boa tarde”, me dice y me ofrece el fruto de este preciado molusco para que pruebe su frescura. “Soy pescador y esta es mi casa” –me sonríe mientras señala a las montañas de cáscara que hay alrededor –. “¿Casa?”, pregunto un poco aturdida porque no veo nada parecido. “Ven”, me dice. Y me conduce por un pequeño sendero abierto entre el cementerio de moluscos que lleva hasta unas casitas de paja.


“Esta es nuestra aldea”, señala. No doy crédito. La montaña de conchas casi tapa los hogares de los pescadores y los niños, como el pequeño Samuel –su hijo– juegan entre millones de ostras vacías. Le pregunto porqué no las recogen, las almacenan en otro sitio. “No tenemos tiempo” –niega con la cabeza–, “desde muy temprano salimos a la mar y luego el trabajo de extraer el fruto… Al final las vamos acumulando”. ¿Acumulando?, esto es ¡¡la muralla china!!, dentro de poco no vais a ver ni las casas” Se ríe pero creo que eso de la muralla china le suena realmente a chino. Me habla de la pobreza, del abuso de los precios y de la necesidad de trabajar sin descanso para poder llevar algo de comer a casa.

En el otro lado de la “aldea de las ostras” se escucha el rugir de los todoterrenos sudafricanos con sus lunas tintadas y sus motores de última generación. Circulan por las carreteras como alma que lleva el diablo, levantando una polvareda que te deja ciego y sin reparar en si es un poblado lo que atraviesan, si es un sitio de escuelas o tal vez simplemente si hay gente circulando.
Su meta es el archipiélago, su pesca –son fanáticos pescadores– y para ellos Mozambique es una especie de provincia de vacaciones donde lo único que importa es llegar al resort y salir a pescar. Lo que haya que atravesar son simplemente kilómetros de nada. En esos kilómetros de nada viven muchos como Joao que hacen una mueca cuando habla de sus vecinos de país: “Nos explotan, nos ignoran como seres humanos pero eso sí –me guiña un ojo y añade– les encantan nuestras ostras".
Texto: Ofelia del Pablo
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