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sábado, 26 de diciembre de 2009

Kenia afronta una de las peores sequías de la última década

Se supone que aquí no debería haber sequía, a un par de horas por carretera al este de Nairobi, la capital de Kenia. En la zona de Mwingi viven pequeños agricultores y granjeros, que cuando llegan las lluvias, dos veces al año, plantan maíz y alubias en su espesa tierra roja y sobreviven con lo ya recogido hasta la siguiente estación húmeda. Pero en los últimos años no ha llovido nada.

Mafuo David, una mujer de 36 años con cinco hijos, asegura que su finca de poco más de una hectárea produce unos ocho sacos de maíz y alubias. Pero habla sólo en teoría, porque el año pasado el maíz murió y no logró recoger nada, y el año anterior sólo consiguió dos sacos de cosecha; y el anterior a ese, nada de nada.

A lo largo de África oriental y del sur las comunidades se enfrentan a situaciones de hambruna debido a una sequía que va camino de convertirse en la peor de una década o más. Veinticinco años después de que un reportaje de la BBC desde Etiopía diese lugar a Band Aid y después a Live Aid y nos hiciese llegar la imagen real de África contemporánea (los niños escuálidos, las moscas sobre sus ojos que miran indiferentes a la cámara), la hambruna se cierne sobre Kenia, Etiopía, Yibuti y Somalia, y hay escasez de alimentos en Sudán, Eritrea, Uganda y Tanzania.

La organización humanitaria Oxfam calcula que la vida de más de 23 millones de personas está en peligro, y que sólo sobrevivirán si se les facilita rápidamente comida de emergencia.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA), dependiente de las Naciones Unidas, ha pedido 1.000 millones de dólares para poder dar de comer durante los próximos seis meses a los habitantes de esta región del mundo castigada por la sequía. Pero no le está resultando fácil conseguir el dinero en un mundo en donde la recesión está bloqueando las ayudas caritativas.

Cosechas fallidas y almacenes vacíos

Grandes espacios de esta franja de África están habitados por una población dispersa de pastores, granjeros semi nómadas que viven en tierras semiáridas o desérticas del norte de Kenia y el sur de Somalia y Etiopía.

Estos pastores están acostumbrados a la vida dura, en condiciones severas, pero los últimos años de sequía han diezmado sus rebaños y han hecho que su existencia sea más marginal y precaria que nunca.
Es tal la dureza de la sequía que los granjeros e incluso los habitantes de las ciudades necesitan ayuda para subsistir, una situación que ha empeorado debido al encarecimiento de los alimentos en el mercado. Los pobres no pueden permitirse comprar maíz cuando se terminan las reservas de sus cosechas.

“Ha habido cuatro cosechas fallidas, los almacenes están vacíos y también se han agotado los pequeños ahorros para comprar comida”
, explica Gabrielle Menezes, del PMA en Kenia, que está alimentando a 3,8 millones de personas en el país: a uno de cada 10 habitantes. Los programas de alimentación en las escuelas alcanzan ahora a 1,1 millón de niños, algunos de ellos en las zonas consideradas tradicionalmente como el granero de Kenia.

 



Mucha agua para cambiar la situación

Las montañas escarpadas y bosques achaparrados de Mwingi deberían de estar salpicados por campos de maíz y alubias. Pero en vez de eso, sus habitantes se pasan el día mirando al cielo en espera de las lluvias. Hace unos días cayeron las primeras gotas, y el hijo mayor de Mafuo David, de 16 años, pudo por fin arar la tierra, a mano, y colocar las preciosas simientes en pequeños huecos abiertos entre el barro.

Ella nos asegura que está feliz de que haya vuelto a llover, pero sabe que un poco de agua no va a cambiar la situación.  “Cada año llueve un poquito y podemos llegar a plantar, pero no crece. Si llueve durante tres meses, entonces tendremos una buena cosecha”, dice. Mientras tanto, su familia sobrevive con la escasa ayuda mensual que reciben de maíz, alubias y aceite para cocinar.


En un pueblo cercano, Mutindi Maithya, de 36 años, también desea que la lluvia se prolongue. Ella complementa la ayuda de alimentos que recibe para su familia de seis hijos con el dinero que gana lavando ropa para los vecinos o cortando setos.

Aumentan las epidemias

Pero la lluvia en época de sembrado significa que no habrá tiempo para trabajar en otras cosas, así que los meses que vienen se presentan más duros. Y eso que para ella y su familia ya es extraño poder tener más de dos comidas al día, siendo la primera una simple taza de té negro con azúcar.
Las lluvias probablemente servirán de poco. En algunas partes del norte de Kenia ya se han producido inundaciones, lo que dificultará aún más el transporte de los alimentos a los hambrientos, ya que las carreteras se han convertido en mares de lodo.



También aumenta el riesgo de epidemias de malaria, cólera y enfermedades que se transmiten por el agua. El ganado, débil por el hambre y la sed, puede sucumbir rápidamente con el frío. En las zonas de cultivos, las inundaciones arrastran las capas fértiles de la tierra y las valiosas semillas. “La lluvia cambia el tema del agua, pero no acaba con el hambre”, apunta Menezes.

Texto y foto: Tristan McConnell 

1 comentario:

Mercè Salomó dijo...

Puedo certificar que esta noticia es verdad.

Ya sabes que he estado ahí hace un par de meses y el paisaje, teóricamente, verde era amarillo/marrón de la sequedad de los campos. El Maasai Mara, estaba tan seco que los animales tenín la piel reseca: los elefantes daban pena.

Y no sólo Kenia. Este año no ha habido la famosa gran migración de Kenia a Tanzania, pues cuando los primeros animales llegaron allí, regresaron a Kenia.

He visto paisajes realmente desoladores.

Un abrazo.

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