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sábado, 5 de septiembre de 2009

Benín: Sobrevivir en la pobreza

Ya por las mañanas el calor se hace insoportable. Al joven holandés estudiante de medicina le baja el sudor por la frente mientras corre por el patio polvoriento hacia el edificio donde se encuentran las salas de operaciones. Se trata de una emergencia. "Complicaciones durante un parto o una operación. En la mayoría de los casos salimos adelante", dice Jorden Moorlag. En su país está a punto de finalizar los estudios. Aquí, en Nikki, un pequeña ciudad al norte de la república africana de Benín, su experiencia ya vale oro ahora.

En el hospital local, que recuerda más bien a un campo de refugiados con muchas chozas y colas de pacientes que esperan ser atentidos, cada mano para prestar ayuda es recibida con alegría. Y aún así, en muchas ocasiones se llega demasiado tarde. "Continuamente mueren personas víctimas de la malaria o del tifus, las enfermedades más corrientes aquí", explica este joven de 25 años, que hace sus prácticas a modo voluntario por algunos meses. "El problema es que mucha gente sigue sin confiar en la medicina moderna y prefieren acudir a un curandero tradicional y entonces a veces ya es demasiado tarde".

La localidad de Nikki pertenece a ese tipo de ciudades africanas en las que parece que el tiempo se detuvo: La gente vive en chozas de barro, sin agua corriente. Internet es una palabra extranjera. Y algunos niños pequeños empiezan a llorar ante la llegada de un blanco. El índice de analfabetismo es tan elevado que no hay ni diarios para comprar. Y a pesar de que la ciudad posee cierto prestigio por ser la sede real de la tribu de los "bariba", por ningún lado se ve un bienestar de realeza.


Mujeres y niños cruzan el río cerca de Nikki

Eso lo demuestra también poca oferta en cuanto a alimentos: prácticamente no hay productos lácteos y en muy pocas ocasiones hay frutas y verduras. En el humilde mercado, escasamente abastecido, se encuentra ñame, el principal alimento de los benianos. Aquí nadie tiene por qué pasar hambre mientras no haya cosechas catastróficas. "No nos podemos quejar", dice un hombre mayor, sentado en el suelo frente a su pequeña cabaña. "Si Dios quiere, nos va bien".

En realidad la confianza en Dios, que aquí se llama Alá, es mucho mayor que la confianza en el propio gobierno. "Los políticos son iguales en todo el mundo", opina este anciano mientras observa a un grupo de chiquillos que con gran alboroto intentan ahuyentar a una gallina. "Antes de las elecciones, lo prometen todo, pero después no lo cumplen".









Venta de gallinas en el mercado de Cotonou

Y una cosa está clara: Los políticos no han encontrado ningún medio para solventar la pobreza de este país del Atlántico, situado entre Nigeria y Togo. Con una renta per cápita de menos de 500 euros anuales, un alto índice de mortalidad infantil y una esperanza de vida de menos de 60 años, Benín figura entre los países más pobres del mundo. La economía es débil y está sustentada sobre todo por la agricultura y el comercio. Sin embargo, este país de muchas etnias es una de las democracias más estables del continente. Los contrastes quedan especialmente de manifiesto en la metrópolis costera de Cotonou, la sede del gobierno y el centro económico de Benín.

Más de un millón de personas le dan cierto encanto y vida a la ciudad. Personas pertenecientes a diferentes tribus y religiones pueblan sus calles. Motocicletas y un sinfín de taxis-motos, las llamadas "Zémidjan", dominan el tráfico. Pasando por edificios con riesgo de derrumbe, el palacio presidencial, estrictamente vigilado, y cibercafñes, se llega a "Dantokpa", el mercado más grande de África occidental.

Aquí se puede comprar fruta y verdura, gallinas vivas y utensilios de todo tipo, fetiches misteriosos y objetos de arte. La gente charla animosamente y tanto discute sobre política como sobre el cambio climático o las nuevas acusaciones de corrupción. Se trata de una sociedad abierta en la que la gente blanca no llama la atención.

Ciudad de Cotonou

Cotonou es considerada a veces como "la puerta hacia Europa" porque cada dos días parte un avión de la compañía Air France hacia París. Sin embargo, para la mayoría de los beninos el sueño de volar sigue siendo una utopía, por ejemplo, para las miles de personas que viven en una barriada en la zona periférica de la ciudad. Las calles están atiborradas de chozas de barro y de hojalata, y montañas de basura despiden un olor fuertísimo. Aquí parecen darse cita los graves problemas que sacuden el país: agua subterránea contaminada, sida, malaria, chicos sin formación escolar.

"La falta de educación es el origen de muchos de los problemas de aquí", explica Rudolf König, un empleado alemán del servicio de desarrollo, mientras su todorreno trota por las calles polvorientas de la barriada. La radio del coche comunica sobre el robo a dos bancos durante los cuales murieron varias personas. De los ladrones faltan todo tipo de pista.

En realidad en Benín hay pocos secuestros y asesinatos y en comparación con países fronterizos como Nigeria es un país relativamente seguro. Esto se debe en parte a la estabilidad política de la antigua colonia francesa: Una constitución, elecciones independientes y libertad de expresión forman parte de los logros del "golpe de estado civil" de 1990.

Por otra parte, la seguridad es un concepto relativo en África, como demuestran los robos a bancos. Desde entonces, el gobierno ha ordenado soldados ante las filiales bancarias del país para transmitir la sensación de seguridad a la gente. "El gobierno cuida de ustedes", reza el mensaje.

El servicio de desarrollo alemán y numerosas instituciones occidentales intenta ayudar a la gente. "Trabajamos en distintos frentes", explica Rudolf König. "Impulsamos la democracia, el suministro de agua potable y el manejo de los recursos naturales, entre otras cosas". Él y su mujer viven desde hace un año en Benín. El trabajo es lento y a veces frustrante, y en pocas ocasiones se ve el resultado. Sin embargo, "el trabajo siempre es muy variado y uno hace algo con sentido".

Jorden Moorlag también lo ve así. Para el joven holandés estudiante de medicina se trata de su primera estancia en África. "Algún día volveré", dice. "Todavía no sé dónde quiero trabajar, pero lo que está claro es que aquí se necesita mucha ayuda", concluye.

Texto y Fotos: Bastian Beege (dpa)

1 comentario:

Mariano Zurdo dijo...

Lo desconocía todo sobre Benín, así que la lectura de esta entrada ha sido de lo más ilustrativa.
Admiro a los voluntarios que realmente pueden aportar tanto.
Y en cuanto a la primera parte de la entrada, insisto siempre en que todo tiene que ir acompañado de políticas educativas. Hace diez años estuve en un poblado en las estribaciones del Amazonas ecuatoriano. Acababa de morir un niño porque no le habían llevado al hospital que estaba a solo una hora de camino. Simplemente porque no confiaban en la medicina.
Difícil de cambiar...

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