La primera lección que reciben los recién llegados a Ruanda advierte que el país está formado, fundamentalmente, por una minoría de individuos altos y una amplia mayoría de bajos. Los primeros parecen tener un origen hamítico, mientras que a los segundos se les suponen raíces bantúes. Los espigados y enjutos fueron objeto del genocidio de 1994, una masacre que cuenta 800.000 víctimas, mientras que los menos esbeltos sufrieron la terrible venganza de aquellos guerrilleros que desalojaron del poder a los asesinos.
No, no hay que llamarlos por su verdadero nombre, tutsis y hutus, ni cuestionar la versión oficial de la historia. Quizás, la Policía secreta está cerca, oído avizor, y reconozca las palabras malditas o comprenda los comentarios improcedentes en torno a la concordia impuesta por decreto.
A Peter Erlinder se le atragantó el desayuno cuando, el pasado mes de junio, varios agentes lo rodearon y se lo llevaron del restaurante. Poco importó que fuera miembro del Tribunal Penal Internacional. El abogado había iniciado una querella contra el presidente Jean Paul Kagame y se le aplicó la legislación contra quienes niegan el genocidio, unas medidas también extendidas a los líderes opositores y que les han privado de concurrir en las elecciones presidenciales de esta semana. Kagame ha revalidado su mandato con un contundente 93% de los sufragios.
Pero, curiosamente, la capital ruandesa niega el genocidio, la represión que denuncian las organizaciones de derechos humanos e, incluso, disipa cualquier nubarrón tercermundista.
La pujanza de la ciudad de Kigali resulta evidente. Sus numerosas colinas aparecen salpicadas de rudimentarios andamios de madera que informan de la inminente apertura de las nuevas sedes oficiales, centros comerciales, hoteles y entidades financieras.
El clamor que resuena en el estadio nacional de Amahoro llega hasta el cercano boulevard de L'Umuganda, una vía sinuosa rodeada de flamantes edificios modernos como la embajada de Gran Bretaña y pequeñas tiendas que no expiden las prohibidas bolsas de plástico, abundantes peluquerías e insólitas carnicerías alemanas. Hace dieciséis años, el centro deportivo fue el primer refugio de las tropas de Naciones Unidas desplegadas en el país, temerosas de que la población buscara venganza por el asesinato de su presidente, Juvénal Habyarimana.
Hoy no existe sensación de inseguridad. Cuando la noche del sábado cae, los extranjeros pueden pasear por sus calles más céntricas, bien pavimentadas, tan sólo previniéndose de la nube de mototaxis, las rancheras y el bullicio de curiosas discotecas emplazadas en primeros pisos abiertos a amplias galerías.
La periferia de esta ciudad con vocación de montaña rusa, también revela los cambios acaecidos en los últimos años. Mientras se asciende por una pendiente más cabe observar, a un lado de la calle, el cúmulo de míseras casas apretadas marcadas por aspas pintadas, anuncio de derribo inminente, y en la acera opuesta, el surgimiento consecuente de numerosas residencias con escalera exterior, muro protector y servicio de vigilancia privada.
Alquileres triplicados
Los expatriados, al servicio de ONGs o agencias internacional comentan junto a la piscina del Hotel des Milles Colines, aquella que, literalmente, se bebieron los refugiados tutsis, las transformaciones experimentadas. El alquiler de los pisos se ha triplicado en los últimos cinco años y aseguran que los inmigrantes que llegan del campo atraídos por el auge inmobiliario se hacinan en barracas siempre amenazadas por el afán especulador. ¿El auge de Kigali es un síntoma del desarrollo de este pequeño país en el corazón de África? «Es un decorado, incluso se llevan a los niños de la calle a Gisenyi, otra población, para que no perturben».
Atrezzo o no, según el Banco Mundial, Ruanda es señalado como un destino ideal para las inversiones y la entidad independiente Transparencia Internacional apunta sus bajos índices de corrupción, inusuales en la región. Pero, ¿hay vida y optimismo más allá de la prístina capital? Abandonarla e internarse en las zonas rurales supone también dejar el siglo XXI y adentrarse en la imagen tópica del continente negro. La carretera que conduce a la frontera congoleña descubre un paisaje en el que se suceden las pequeñas plantaciones de té, café y los cultivos de subsistencia. Las humildes cabañas con tejados de lata se vislumbran entre las palmeras y los márgenes de la calzada aparecen ocupados por una multitud en incesante trasiego.
Entonces encontramos la faceta menos esplendorosa del país de los Grandes Lagos. La otra cara de Ruanda revela un pequeño territorio superpoblado, deforestado y con escasos recursos minerales. La pretensión de atraer capitales ha de enfrentarse a la realidad de que su mercado es minúsculo y el 60% de sus habitantes se halla bajo el umbral de la pobreza. El hecho de que sólo un 10% de la población goce de servicio eléctrico y Kigali concentre la décima parte de sus diez millones de ciudadanos parece despojar al campo de infraestructuras tan básicas.
El penacho blanco que cubre el volcán Karisimbi puede ser contemplado desde cualquier punto de Ruhengeri, una ciudad cercana a la frontera con Congo y Uganda. En sus faldas, un parque natural acoge varias comunidades de primates que viven en libertad y a cuya preservación Dian Fossey dedicó buena parte de su vida, tal y como retrata la película 'Gorilas en la niebla'. La zoóloga se encuentra enterrada en las inmediaciones y la Administración pretende fomentar un turismo ecológico como otra fuente de recursos. Pero en sus rutas verdes, siempre respetuosas con el medio, nada se dice del asesinato de Flors Sirera, Manuel Madrazo y Luis Valtueña, tres cooperantes españoles que descubrieron fosas comunes en la localidad, prueba del asesinato de hutus a cargo de guerrilleros del FPR, e intentaron informar de las masacres.
Pero nada es evidente en Ruanda. El país parece guardar tantas contradicciones como colinas salpican su geografía. Una minoría étnica controla un país teóricamente democrático y su líder recibe el beneplácito occidental, a pesar de que las organizaciones de derechos humanos lo involucran en crímenes masivos. Incluso se habla del surgimiento de una pequeña potencia cuando los analistas aseguran que tras las luces se esconden las sombras de un expolio, el del oro, el coltán y diamantes de Congo, gestionado desde sus instancias gubernamentales. Tal vez, lo único evidente es que los milagros, sobre todo en África, tienen una naturaleza incierta.
Fuente: Diario Vasco
Texto: GERARDO ELORRIAGA
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