Escribo estas líneas desde el pueblo de mi mujer, en el Norte de Uganda, donde por fin he conseguido una conexión a internet medio decente. Desde que salí de Obo, en la República Centroafricana, el pasado 20 de dicieacontecimientos que se suceden allí en cascada y que son una guerra en toda regla que amenaza con desestabilizar toda la zona de países de África Central. Centroáfrica es un país del que los medios de comunicación internacionales suelen hablar muy poco, y menos aún los españoles. En estas líneas intento explicar lo que sucede desde primeros de diciembre.
Fue por aquellas fechas cuando cuatro grupos rebeldes formaron una coalición a la que bautizaron con el nombre de “Seleka” (“alianza”, en lengua Sango). Se trata de la Convención de Patriotas por la Justicia y la Paz (CPJP), la Unión de Fuerzas Democráticas para el Reagrupamiento (UFDR), el Frente Democrático del Pueblo Centroafricano) y la Convención Patriótica de Salvación del Kodro (CPSK). Varios de estos grupos habían firmado acuerdos de paz con el gobierno hacía pocos años y tomaron como pretexto su incumplimiento por parte de las autoridades del país para lanzar una ofensiva militar. El 10 de diciembre conquistaron tres localidades del norte: Ndele, Sam Ouandja y Ouadara y pocos días después entraron en el importante centro diamantífero de Bría. El ejército nacional (conocido como Fuerzas Armadas Centroafricanas, o FACA), apenas opuso resistencia. Lo que al principio parecía una revuelta confinada a algunas zonas del norte pronto se convirtió en una ofensiva bien coordinada que ocupó una ciudad tras otra: Batangafo, Bambari, Kagabandoro… El pasado 29 de diciembre el pánico se apoderó de los habitantes de Bangui, cuando Seleka anunció que había tomado la ciudad de Sibut, a unos 150 kilómetros al norte de la capital.
Para poner las cosas en contexto, hay que pensar que la República Centroafricana está considerado como el segundo país más pobre del mundo. Las tasas de desnutrición infantil y de mortalidad materna son alarmantes, abundan los desplazados internos y los refugiados en otros países y su crecimiento económico es nulo. Sin embargo, el país –bendecido por inmensos bosques tropicales y abundantes ríos- tiene grandes riquezas minerales de oro, diamantes y uranio, que serían más que suficientes para ofrecer un nivel de vida aceptable a sus apenas cuatro millones de habitantes, que ocupan un territorio algo más grande que Francia. La causa de este contrasentido hay que buscarlo en la historia reciente de Centroáfrica, que desde su independencia en 1960 ha sido una sucesión interminable de golpes militares, motines y rebeliones, en algunos casos teledirigidos por Francia, la antigua metrópolis, quien incluso durante las peores páginas de la historia de este país –como en tiempos del siniestro dictador-emperador Bokassa- supo sacar tajada de la situación.
El último de estos golpes tuvo lugar en 2003, cuando el actual presidente, el general François Bozizé, tomó el poder por la fuerza con ayuda de militares chadianos. Cinco años más tarde el gobierno, con ayuda de la comunidad internacional, organizó una conferencia nacional en la que se quiso dar cabida a todos: las autoridades, la oposición política y varios grupos rebeldes. Parecía que desde finales de 2008 el país empezaba a estabilizarse, pero detrás de una fachada de varias elecciones supuestamente democráticas Centroáfrica es una república bananera en la que gobierna una camarilla compuesta por familiares y allegados del presidente, como su sobrino Silvain, ministro de minas, destituido en junio de 2012 acusado de planificar un golpe de Estado, y su propio hijo Jean Francis Bozizé, ministro de Defensa hasta hace pocos días cuando su padre le despidió ante la ineficiencia extrema del ejército, que sólo ha demostrado saber huir en desbandada ante cualquier avance rebelde.
Si los rebeldes de Seleka no han conquistado aún la capital, Bangui, ha sido por las tropas de países de la Comunidad Económica de África Central –chadianas, gabonesas y camerunesas- que han detenido el avance de los insurgentes. Esta fuerza multinacional de estabilización se había formado en 2008 y durante la segunda mitad de 2012 habían empezado a retirarse, sólo para regresar apresuradamente. Bozizé había pedido a Francia y a Estados Unidos una intervención militar para sostener su frágil gobierno, pero ambos países se han negado, alegando que los tiempos de intervenciones coloniales se habían acabado.
El bloque regional y la Unión Africana, han advertido, además, a los rebeldes, que si llegaran a tomar el poder se encontrarían con sanciones que les convertirían en un gobierno paria. Uno de los peores temores de todos los actores políticos internacionales es la desunión que parece reinar en las filas de Seleka, y que podría desembocar en una guerra entre sus diferentes facciones si se diera el caso de que expulsaran del poder al general Bozizé. Esta falta de coordinación hace que sea difícil saber sus verdaderas intenciones: por ejemplo, el pasado 2 de enero su portavoz en París, Eric Massi, anunciaba que habían decidido detener el avance sobre Bangui para participar en conversaciones de paz en Libreville, la capital de Gabón. Pocas horas después, Armel Sayo, uno de sus jefes militares, aseguraba que no tenían ninguna intención en negociar con el gobierno centroafricano y que continuarían con su ofensiva hasta el final.
En la zona donde yo trabajo desde finales de mayo de 2012, Obo, en el Sureste del país, hay además otro grupo rebelde que campa por sus fueros: los crueles rebeldes ugandeses del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) de Joseph Kony, quienes desde 2008 secuestran, matan y aterrorizan a una población que vive en la zona más atrasada y pobre en su ya de por sí desastroso país. Soldados ugandeses y asesores militares norteamericanos intentan combatir al LRA, que está hoy muy debilitado, pero con suficiente fuerza aún como para hacer la vida imposible a la `población de esta zona que, curiosamente, hasta la fecha no parece que sea del interés de los rebeldes de Seleka.
La República Centroafricana es un ejemplo de lo peor que puede ocurrir a una población cuando vive bajo un Estado fallido que no puede asegurar a su población, no sólo los servicios más esenciales, sino sobre todo lo más esencial, que es la seguridad. En esta historia quizás lo único esperanzador sea el papel decisivo que el bloque regional de países de África Central parece estar teniendo hasta la fecha, aunque también aquí hay interrogantes serios, ya que muchos aseguran que Chad, al mismo tiempo que envía tropas para la fuerza multinacional en Centroáfrica, estaría apoyando militarmente a los rebeldes de Seleka, con un doble juego muy poco limpio.
Espero regresar a Centroáfrica dentro de pocos días y contarles desde allí cómo evolucionan los acontecimientos. Cuando en un país en crisis uno tiene amigos queridos las cosas se siguen y se miran de manera muy distinta a cómo se contemplarían desde la frialdad de la distancia.
Fuente: Periodista Digital
Texto: José Carlos Rodríguez
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