El 26 de septiembre de 2002, hace ahora 10 años, el Le Joola, un barco estatal que hacía la ruta entre Ziguinchor y Dakar, en Senegal, se hundía frente a las costas de Gambia en medio de un inmenso aguacero. De un pasaje de 2.000 viajeros, solo 64 pudieron ser rescatados.
Fue uno de los peores naufragios de la historia, superior en número de víctimas al Titanic (1.491 muertos). Una década después, los familiares de los fallecidos siguen reclamando justicia. Mariama Diouf vive en una humilde casa de Yene, a unos 40 kilómetros de Dakar, rodeada de sus nueve hijos. Todos la conocen como Mariama Joola. Fue la única mujer que se salvó. Entonces tenía 38 años y, embarazada de cuatro meses, acudía a Ziguinchor a ayudar en el parto de su hermana. “Cuando llegué al barco y vi a tanta gente a bordo me asusté, pero era la primera vez que viajaba, no sabía bien de qué iba la cosa”, asegura. El Le Joola, construido por unos astilleros alemanes en 1990, tenía una capacidad oficial de 600 personas.
“Sobre las once de la noche, empezó a llover muy fuerte y toda la gente corrió a refugiarse en el interior. Entonces el barco se inclinó hacia un lado, se apagaron todas las luces y empezó el caos”, relata Diouf. El brusco desplazamiento de cientos de personas bastó para quebrar la frágil estabilidad de un barco que no estaba diseñado para navegar en alta mar. En cuestión de segundos, el ferri se dio la vuelta. Mariama, como tantos otros, quedó atrapada en su interior. Tuvo que bucear para salir del navío volcado y encaramarse a la quilla, la única parte que asomaba a la superficie. Allí pasó toda la noche junto a 21 personas.
La tragedia fue inmensa, colosal. La lista oficial, elaborada semanas después, hablaba de 1.863 fallecidos, aunque los familiares confeccionaron un nuevo recuento incluyendo a las personas que viajaban sin título de transporte y que llegó a los 1.953 muertos. El Gobierno en pleno dimitió. El país estuvo meses conmocionado y, lo que es peor, la herida sigue abierta. El proceso judicial está bloqueado en Senegal (la Fiscalía General del Estado atribuyó, en 2003, toda la responsabilidad del accidente al capitán del barco, Issa Diarra, y ordenó el cierre de la investigación) y las autoridades nunca han mostrado interés en llegar hasta el final. Los familiares de las víctimas se sienten abandonados. Y el mejor indicio de que la herida sigue sangrando es que el propio barco, “el cuerpo del delito”, sigue en el fondo del mar hundiéndose lentamente en la arena.
“No sé cuánto tiempo pasamos encaramados a la quilla”, prosigue Mariama Diouf. “Solo pensaba en mis hijos y en qué sería de ellos si moría. Hablábamos entre nosotros y decidimos que si el barco se empezaba a hundir del todo, había que saltar y nadar, porque de lo contrario nos aspiraría hasta el fondo. Oíamos los gritos de los pasajeros que estaban debajo. El único blanco que estaba con nosotros [Patrice Auvrey, que perdió a su mujer en el naufragio y acaba de publicar un libro sobre la tragedia, Souviens-toi du Joola (¿Te acuerdas del Joola?)] empezó a golpear el casco con su anillo, para que supieran que estábamos fuera e intentaran salir. Pero no vi salir a nadie más”, recuerda. Este grupo fue rescatado a las siete de la mañana por una piragua de pesca.
Sobre esa misma hora, Idrissa Diallo, que se encontraba de viaje en Atlanta (Estados Unidos), recibe una llamada: “El Le Joola, donde iban tus tres hijos, se ha hundido. Han muerto casi todos”, dijo la voz al otro lado. “Se llamaban Cheikh Tidiane, Souleyman y Saliou. Eran mis tres únicos hijos, de 15, 13 y 8 años. ¿Sabes lo difícil que es asumir algo así? Me preguntaba todo el tiempo si iba a tener fuerzas para seguir adelante, pensaba mucho en la muerte”. Diallo preside en la actualidad una de las asociaciones de familiares de víctimas. “Esta lucha que empezamos me ayudó mucho, a veces me preocupaba más de los demás que de mí mismo, y eso me ayudó”.
Los casos eran terribles. Un hombre había perdido a su mujer y a sus nueve hijos. Otro que logró sobrevivir perdió a sus hijos... “Todavía esta persona se culpa de esas muertes, se pregunta cómo es posible que él lograra salir de allí con vida dejando atrás a sus hijos”, explica Diallo, quien señala a las autoridades y al entonces presidente senegalés, Abdoulaye Wade, como el gran responsable de lo ocurrido. “Su religión era el dinero, sabía que este barco necesitaba una reparación y prefirió gastarse una millonada en arreglar su avión que invertir en el barco. Sabía que el Le Joola no podía navegar. Si Dios se lleva a Wade antes que a mí, iré a molestarlo hasta su tumba porque esa persona no merece descanso”.
Entre las víctimas había tres españoles, Margarita Jiménez Salvador y sus dos hijos, Lara y Jorge Díaz de Tudanca, vecinos del madrileño barrio de Carabanchel, de turismo en Senegal. Sin embargo, en un primer momento se informó de que eran cinco los españoles a bordo. Y es que Fernando Cabezas y Jesús Beltrán Cuesta figuraban en el registro porque habían comprado billete. “En el último momento decidimos no subir”, recuerda Beltrán. “No quedaban plazas en cabina y tras más de diez días por Senegal estábamos cansados, así que optamos por el avión”, asegura este guionista jubilado de RNE.
Martine Kourouma se enteró de la muerte de su madre por televisión. Esta estudiante de Sociología en la Universidad de Dakar tenía entonces solo 11 años. “Los mayores tardaron varios días en decírmelo, pero la tele hablaba de esto todo el tiempo. Yo me aferraba en secreto a la esperanza de que estuviera viva, pero su cuerpo nunca apareció”, explica. Cada año, cuando se acerca el aniversario del naufragio, acude con el resto de huérfanos a limpiar el cementerio construido por el Estado a las afueras de Dakar. Allí están enterrados unos 200 cuerpos anónimos. “El Gobierno dijo que iba a garantizarnos la educación y la sanidad, pero apenas hemos recibido nada”, asegura.
“Nunca te imaginas que pueda ocurrir una tragedia así, ni siquiera en África. Pero lo más sorprendente de todo es el olvido. En Occidente apenas han oído hablar del Le Joola, apenas mereció unos segundos en las televisiones y un poco de espacio en los periódicos. Y luego nada, como si no hubiera pasado nada”, concluye Beltrán.
Fuente: El País
Texto: José Naranjo
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