El mítico lago de Chad, antiguamente una de las reservas de agua dulce más grandes del mundo, aparece en el horizonte mutado, reconvertido en una sucesión de ríos, islas y balsas salpicando masas verdes de vegetación y el ocre de la tierra. Al fondo, el agua se confunde con el reflejo del intenso sol que nos aguarda.
En los años sesenta, el lago de Chad medía 25.000 kilómetros cuadrados –algo más que la Comunidad Valenciana– pero lleva años en retroceso. La falta de lluvias, el avance de la desertización y la sobreexplotación humana han llevado a que actualmente ocupe entre 2.500 y 12.000 kilómetros cuadrados, según el año y la temporada. En sus orillas viven 20 millones de personas de cuatro países diferentes (Chad, Níger, Nigeria y Camerún) que se lo repartieron a golpe de tiralíneas. No reina la paz en este medio natural único. En el último año, el lago se ha convertido en “un escenario de guerra”, según Acnur, por el avance de la secta terrorista Boko Haram.
En sus orillas hay alrededor de 2,3 millones de personas desplazadas –la mayor parte de ellas en Nigeria, ver mapa adjunto– debido a las acciones de Boko Haram pero también a las operaciones de seguridad llevadas a cabo por los ejércitos nacionales para cortarle el paso. La región, proclive a los problemas de desnutrición, vive inmersa en una crisis humanitaria que no cesa y que ha escapado del radar de la opinión pública internacional.
Boko Haram surgió en Nigeria como movimiento de contestación social en el 2002. Se pasó al terrorismo en el 2009 y el año pasado juró fidelidad al autodenominado Estado Islámico. La falta de educación, infraestructuras y perspectivas de futuro han arrojado a muchos a sus brazos. Su territorio está en retroceso pero aún controla unos 20.000 kilómetros cuadrados al este de Nigeria. El grupo ha causado más de 20.000 muertes.
Boko Haram (literalmente, la educación occidental es pecado) ha encontrado en las orillas e islas del lago un escondite ideal desde el que lanzar ataques terroristas a los países vecinos, como empezó a hacer con intensidad a finales del año pasado. Los milicianos de Boko Haram llegaron al pueblo de Mawua hace un año. “Vinieron un jueves por la mañana y nos dijeron que teníamos que irnos esa tarde. Algunos nos negamos pero al final todo el mundo se fue, salimos huyendo” mientras arrasaban el pueblo, explica en el campo de desplazados internos de Melea, a unos 40 kilómetros de Bol (Chad).
Mawua tiene 31 años y cinco niños. Con su marido, recorrieron los 60 kilómetros a pie y en piragua para buscar refugio. Llegaron con lo puesto. No tenían mucho pero antes podían vivir de la agricultura y la pesca. Ahora pasa los días sin nada que hacer. Quieren instalarse pero no pueden trabajar la tierra y no tienen útiles para pescar. “Nuestra vida es mucho más difícil ahora que antes pero no quiero volver, no es seguro allí”, cuenta, negando con la cabeza. Es buduma, etnia de la que los kanembu sospechan de simpatizar con Boko Haram.
Nadie sabe por cuánto tiempo estará en este campo de desplazados, uno de los más de cien de Chad y que acoge entre 4.000 y 5.000 personas que dependen de la ayuda alimentaria. A Bintu, una abuela de 82 años, la sacaron como pudieron de su casa. Tiene las dos piernas inmovilizadas. Llegó en dromedario y piragua y ahora pasa los días quieta bajo una chabola de paja, luzca el sol o llueva. “Estoy enferma y agotada, y no tengo ningún deseo de volver”, remata la anciana, que en la huida perdió de vista a sus hijos. Depende de la solidaridad de sus vecinos para alimentarse porque, cuenta, no tiene los papeles para recibir ayuda.
En otros casos, fue el ejército chadiano quien ordenó a la población abandonar sus casas en las islas para limpiar la zona de elementos de Boko Haram. Es la historia de la mayoría de los habitantes del campo de desplazados de Yakoua, que La Vanguardia también visitó en un viaje organizado por la Oficina Humanitaria de la Comisión Europea.
La crisis provocada por los siete años de campaña de terror de Boko Haram alcanza dimensiones gigantescas en su país de origen. Los desplazados siguen llegando a miles cada día a los pueblos e inmensos campamentos en el estado de Borno, al noreste del Nigeria, huyendo por sus propios medios de los terroristas o evacuados por el ejército.
La prioridad del Gobierno nigeriano, afectado por la caída del precio y la producción de petróleo, es derrotar a Boko Haram, no las necesidades básicas de los desplazados. Borno, antiguo granero del país, está devastado y la región se encuentra al borde de la hambruna, alerta Naciones Unidas, acusada por algunas oenegés de haber abierto los ojos tarde ante el drama que se estaba gestando.
“Lo que vi hace unos días en mi visita a tres campos fuera de la capital, Maiduguri, fue terrorífico. Gente tirada por el suelo, que no podía ni mantenerse en pie, esperando la muerte. Niños muriendo a diario. Gente que no ha tenido ningún tipo de asistencia de nadie durante demasiado tiempo. Podemos preguntarnos porqué ha sido así pero lo importante es decidir qué vamos a hacer”, replica Toby Lanzer, coor-dinador de ayuda humanitaria de la ONU para el Sahel. Lanzer confía en que las partidas de ayuda humanitaria anunciadas por la UE y EE.UU. para la región del Lago de Chad (18 y 58 millones de euros respectivamente) permitan actuar.
La crisis de Boko Haram saltó a los países vecinos a través del lago el año pasado, con atentados en Níger, Chad y Camerún. Los desplazamientos de personas no cesan. En mayo y junio, los combates en la región de Diffa (Níger) expulsaron a 76.000 personas. En Chad, el presidente, Idriss Déby, decretó el estado de emergencia en la región del lago en noviembre después de varios atentados suicidas perpetrados por Boko Haram en su territorio. En algunos emplearon niñas drogadas, cargadas de explosivos.
También Yamena, la capital chadiana, está sujeta a medidas de seguridad especiales. Hay toque de queda y se ha reforzado la ya importante presencia militar en las calles. La ciudad acoge la Fuerza Militar Conjunta creada por Chad, Níger y Camerún. Dotada con 8.700 efectivos, libra una guerra brutal contra los yihadistas. El balance de sus operaciones es por ahora discreto. Su lucha contra el yihadismo ha convertido a Déby, que lleva 26 años en el poder y acaba de ser reelegido, en el aliado de preferencia de Occidente en la región.
“Boko Haram no es sólo un problema militar. Sus raíces están en unas condiciones socioeconómicas muy difíciles y hay que buscar soluciones desde varios ángulos. Es lo que hemos transmitido a las autoridades de Chad”, explicó Christos Stylianides, comisario europeo de Ayuda Humanitaria al término de una visita conjunta con Lezard y Susan Richards (US Aid).
Stylianides defiende actualizar el concepto de asistencia e incluir más acciones en el terreno de la educación. “Hay que trabajar en la educación y la extrema pobreza. Ambos factores son por desgracia un caldo de cultivo fértil para la radicalización. Debemos afrontar estos problemas para reducir la influencia de Boko Haram y los flujos migratorios a Europa”. Con otras palabras, Kantuma Abaka, una desplazada del campo de Melea, comparte su análisis. “Donde hay educación no hay crisis, no hay Boko Haram. Si hubiera habido escuelas, esto no habría pasado. Mucha gente llegó aquí pero como no hay de nada, porque no hay escuelas y muchos no encuentran nada que comer, volvieron a las tierras de Boko Haram”.
En Chad, la problemática humanitaria es más amplia. El país, con un 11,7% de su población afectada por desnutrición aguda, ha acogido a miles de personas que huyen de los conflictos que lo rodean por los cuatro puntos cardinales. Al norte, Libia, paraíso de yihadistas y traficantes. Al sur, República Centroafricana, donde continúan las matanzas religiosas. Al este, Sudán y Sudán del Sur. Y al oeste, Nigeria, cuna de Boko Haram, la siniestra sombra que planea sobre el lago.
Nigeria permite acceder a la zona
El panorama que las organizaciones internacionales se han encontrado al entrar a las zonas del estado de Borno, al noreste de Nigeria, que han pasado dos años bajo el control de Boko Haram es desolador: ciudades arrasadas llenas de personas desplazadas sin acceso a agua, alimentos ni la higiene más básica. Las autoridades de Nigeria, volcadas en el combate militar contra el grupo yihadista, se han resistido a facilitar el acceso a estas zonas recuperadas alegando problemas de seguridad pero finalmente han permitido entrar a parte del territorio.
A la vista de la situación, el Gobierno se ha comprometido a permitir la llegada de ayuda humanitaria. Tras visitar la zona escoltada por el ejército, la agencia Unicef ha advertido que 250.000 niños sufren malnutrición severa grave y un elevado riesgo de muerte. Hasta 49.000 perderán la vida si no se actúa urgentemente. La magnitud real del desastre humanitario se desconoce porque siguen habiendo amplias zonas del estado de Borno que son inaccesibles.
Fuente: LA VANGUARDIA
Texto: BEATRIZ NAVARRO
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