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martes, 12 de enero de 2010

Jóvenes de Burundi crean un "pequeño laboratorio de paz"

Manteniendo con discreción su condición de católico, el Centro Juvenil de Kamenge, en las afueras de Bujumbura trata de eliminar las barreras étnicas organizando tareas comunes. De un lado de la calle se encuentra el barrio hutu, del otro el barrio tutsi. La organización de la zona norte de Bujumbura, capital de Burundi, muestra todavía los estigmas de la guerra civil que tuviera lugar entre 1993 y 2008. A las masacres de 1994 se sucedieron los bombardeos de los grupos rebeldes. “Cuando se producía un ataque nos refugiábamos en la montaña, - cuenta un habitante de la comuna de Kamenge -luego cuando llegaba la calma bajábamos para enterrar a los viejos que, una vez más, no habían querido huir”

Algunos jóvenes de este barrio predominantemente hutu se enrolaron entonces en los grupos rebeldes que combaten al ejército, predominantemente formado por tutsis. Pero otros tienen la oportunidad de aprender informátic , hacer deportes y formarse en compañía de otros jóvenes hutus y tutsis, en un centro único en su género el Centro Juvenil Kamenge (CJK)

Creado en 1992 por iniciativa del arzobispo de Bujumbura y animado por misioneros javerianos, el centro se halla ubicado en la interseccion de seis comunas integrantes de la zona norte de la capital. Cuenta hoy en día con 25 mil inscriptos de entre 16 y 30 años y es conducido por 80 animadores la mayoría voluntarios.

“Aquí tú no sabes a que etnia pertenece el otro” Parece un hormiguero donde se ofrece - gratuitamente – todo lo que un joven africano o de cualquier otro lugar del mundo puede soñar: música, baile, deportes, cine, Internet, conferencias, cursos de informática, de costura, de idiomas, actividades religiosas… Disponen de un enorme campo de fútbol, que a veces se usa para rugby, canchas de básquet y una de tennis. En un salón, los jóvenes crean una coreografía hip-hop, mientras que un grupo de acróbatas se entrena en el jardín. La sala de musculación está llena de muchachos – ampliamente mayoritarios en el CJK- que tampoco dejan de frecuentar la biblioteca.




Todo está al alcance de la mano siempre que se “siga el juego” dice el responsable y cofundador del lugar el Padre Claudio Marano: “Hacer cosas juntos considerando a los demás como compañeros de ruta sin distinción étnica, política, social, religiosa o de género” Para favorecer esta idea el centro acentúa el desarrollo de actividades colectivas.

“Cuando tú llegas aquí no sabes a que etnia pertenece el otro, son como hermanos” asegura Jeff Riragonya un joven formado en el centro y convertido en animador, “Ni aún en los peores momentos hubo aquí problemas entre los jóvenes” señala el P. Claudio “comprendían que la guerra era un problema de los políticos y de los hombres de negocios que querían lograr el poder”.

Apertura internacional

Sin embargo concurrir al centro no está bien visto en los barrios étnicamente divididos, explica Jeff Riragonya, la gente dice que el centro es para la gente de la otra etnia sin embargo y a pesar de todo la fuerza del centro los arrastra.

Con otros cinco colaboradores permanentes Jeff lleva adelante el proyecto “Paz y reconciliación” que aplica los métodos del centro entre los habitantes de los barrios sin distinción de edad. “Organizamos actividades culturales, torneos deportivos, concurso que permiten a los miembros de las dos etnias encontrarse y establecer vínculos de amistad, explica. Los torneos de danzas tradicionales y las competiciones futbolísticas entre los diferentes barrios tienen mucho éxito. Los jóvenes del barrio hutu de Kamenge disputan así competencias deportivas con los del barrio tutsi de Ngagara".
Una de las marcas de fábrica del centro es su apertura internacional por medio de voluntarios extranjeros, sobre todo europeos que vienen por decenas a pasar aquí desde un mes hasta un año de sus vidas. Van generalmente a los campamentos de verano a los que concurren 2000 jóvenes que organizados por unos 180 animadores construyen casas para las familias más necesitadas.

“Esto ayuda a abrirse explica Fleuriste de 23 años. Y además impulsa a aprender idiomas” Pero los jóvenes que frecuentan el centro no son forzosamente los más pobres del barrio norte pues son generalmente francófonos.

“En contacto con los otros se operan cambios en ellos” El centro CJK que acoge jóvenes de todas las confesiones y trabaja en red con parroquias protestantes y mezquitas, mantiene serenamente su identidad católica. “Cuando el arzobispo nos pidió que construyéramos una capilla, temí reacciones negativas, explica Claudio Marano. Pero nuestros jóvenes nos aseguraron que nada cambiaría por eso para ellos”.

Antes que un lugar religioso el centro de considera un “pequeño laboratorio de paz” según el Padre italiano. Nada permitirá medir sus efectos atenuantes si un día vuelven a surgir las tensiones étnicas. “Lo que es cierto es que con muy pocos recursos uno alcanza a mucha gente y pone en movimiento muchas cosas, estima Claire Olivier-Gatabazi formadora y coordinadora de proyectos. “Hay aún jóvenes racistas. Pero cambian en contacto con los demás”

La joven francesa que permaneció dos años en el centro el 2000 y el 2001, antes de regresar en el 2005, subraya la importancia del marco que ofrece el centro .“En esta sociedad en donde reina la ley del más fuerte, los jóvenes necesitan refugios, explica. A menudo les digo que muchos jóvenes quisieran tener un lugar como este no solamente en Africa sino en otros países del mundo”.

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