Algunos tienen tan poco que ni siquiera cuentan con una casa y una familia. Es el caso de Nouhou, que vive en las calles de Niamey, la capital de Níger, el país más pobre de la Tierra. Su padre murió. Su madre lo abandonó. Desayuna pegamento; dice que le ayuda a olvidar.
Nos encontramos con Nouhou Yacouba –14 años– en su casa, una calle de Niamey, una esquina en tierra junto a un semáforo, uno de los pocos semáforos de Níger, el país más pobre de la Tierra junto con Sierra Leona, según el Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas. Lleva una camiseta azul Unicef, con un lema: “Juntos por una África digna para los niños”. Pero el primer día que pasamos con él ni podemos entrevistarle ni sirven las fotos: demasiado tristes. Nouhou ni oculta ni disimula que ha desayunado pegamento. Le pedimos que al día siguiente no lo haga.
Su padre murió hace dos años en Nigeria. Su madre vive a unos 50 kilómetros de Niamey, pero hace años que no la ve. “No sé cómo es. Desapareció cuando yo era muy pequeño, me abandonó en la calle; un vecino me rescató y me salvó dándome leche de vaca. Me gustaría volver a verla y vivir con ella. Me dicen que se marchó de Niamey para librarse de mí, pero yo no me lo creo”. Tras vivir unos años con su padre, Nouhou fue enviado a una escuela coránica, para que aprendiera a leer y a escribir; se convirtió en un talibé. Pero la realidad de los niños talibés es que terminan siendo seres muy vulnerables a la explotación sexual y económica. Nouhou fue talibé durante ocho años. Y no guarda buenos recuerdos: “Con el primer profesor coránico, íbamos de pueblo en pueblo. Pero más que estudiar el Corán, lo que hacíamos era mendigar; él se quedaba con todo el dinero”. “Después fui a vivir a casa de una tía, pero era peor que vivir en la calle. Tenía hijos pequeños, y me obligaba a hacer todo tipo de trabajos: fregar los platos, limpiar la casa, lavar la ropa. Jamás me pagó por hacer todo eso ni me envió a la escuela. Además, me torturaba repitiéndome que mi madre me había abandonado. Me pegaba a menudo y me castigaba muchos días sin darme comida”.
Mariama en la gran duna de Niamey
Ahí, en esa esquina, ha encontrado su familia, la banda que lidera Khalilou, de 32 años, que vive en el Gran Mercado desde los cinco años y está de vuelta de todo.
Nouhou trabaja buscando aparcamiento para los coches que se acercan al mercado; así reúne unos 350 francos CFA al día (poco más de medio euro). Con ese dinero consigue el pegamento. Reconoce que nunca compra alimentos; que, cuando quiere comer, lo pide como limosna en los puestos del mercado. “Esnifar pegamento me ayuda a olvidarme de muchas cosas, y a no sentir hambre, hay días que no tengo nada que comer”. “Vivir en la calle es duro; has de ser fuerte y tener amigos que te defiendan, porque siempre hay alguien que intenta robarte el poco dinero que has conseguido. Y el más fuerte es el que se lo queda”. Dice que no roba, aunque muchos de su banda sí lo hacen.
Al día siguiente, lo llevamos a 30 kilómetros de Niamey, a una zona del río Níger con un paisaje limpio y sereno. Es la primera vez que Nouhou sale de la ciudad. Hoy no le ha dado al pegamento. Tiene una cara mucho más despejada. Y sonríe. Parece otro. Hoy sí deja adivinar detrás de su dura mirada que sigue siendo un niño. Además, nos enseña satisfecho algo que se ha traído para animar la foto: un alegre cinturón de plástico.
¿Pero de dónde lo has sacado? “Sonríe y calla”. Pero, al menos, sonríe.
Fuente: El País
Texto: Rafael Ruiz
Foto: Isabel Muñoz
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