Según un informe de UNICEF en muchos países más de las mitad de las niñas ya están casadas cuando cumplen los 18 años. Tradiciones, acuerdos familiares y sobre todo la situación de pobreza condena a muchas niñas a contraer forzosamente matrimonio, y con ello a carecer de educación, padecer miseria y maltrato.
Víctimas de secuelas psicológicas y físicas irrecuperables, se calcula que cerca de 15 millones de bebés en el mundo son fruto de estas niñas madres. En países africanos como Malí se contabilizan 5 varones casados entre los 15 y 19 años frente a 50 niñas, mientras que en la República Democrática del Congo el 74% de las adolescentes entre los 15 y los 19 años están casadas, la mayoría en contra de su voluntad.
Los padres ofrecen a sus hijas en matrimonio siendo todavía unas niñas, en la mayor parte de los casos a causa de la falta de recursos económicos o porque consideran que un matrimonio precoz la salva de ataques sexuales. En África, además, se cree que tener relaciones sexuales con una mujer virgen constituye una cura para el SIDA.
En este sentido, UNICEF y la Asociación Intervida denuncian que un matrimonio prematuro conlleva casi con total seguridad un embarazo prematuro. En los países menos desarrollados sólo un 17% de las niñas casadas de entre 15 y 19 años utilizan algún tipo de anticonceptivo y el resultado es que 14 millones de niñas dan a luz cada año.
Para la ONG Save The Children, el bajo nivel educativo y la falta de recursos son las principales causas de la maternidad prematura y la califica como una sentencia de muerte para una niña y su bebé. Las complicaciones en el embarazado y en el parto son la primera causa de mortalidad de las mujeres de entre 15 y 19 años, en los países subdesarrollados. Las madres de entre diez y catorce años tienen un riesgo de morir cinco veces mayor que las mujeres de entre 20 y 24. Además, un millón de hijos de madres adolescentes mueren durante el embarazo o el parto.
Las niñas y jóvenes que se casan en edad escolar también se ven a obligadas a abandonar el colegio para dedicarse a su nuevo rol de esposas y madres, atentando así contra el derecho que tienen a recibir una educación digna. Al despojar a los niños de su adolescencia y la educación, y al forzarlos a tener relaciones sexuales, el impacto emocional y psicológico puede ser muy profundo. “Tenía 19 años cuándo mi padre me entregó a un viejo que además, estaba enfermo, pero ¿cómo podía amarlo? ¡Era un desconocido! Mi vida era un infierno, una violencia continua. No he conocido el amor, la ternura, sólo la violencia y las ganas de huir... hoy estoy aquí y ¡he descubierto por primera vez lo que significa ser amado, ser respetado!”, dice Therese, una joven de Burkina Faso.
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1 comentario:
ES fuerte y triste...
Laura.
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